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Populism and Fascism, de Carlos de la Torre, Cambridge Elements, Cambridge University Press, 2025
Jesús Rodríguez Zepeda *
¿Dónde termina el populismo y dónde comienza el fascismo? Esta reseña del libro de Carlos de la Torre ofrece claves conceptuales para entender los nuevos autoritarismos que usan la democracia para vaciarla desde dentro.
Los tiempos políticos convulsos no solo desconciertan a la ciudadanía común –esa entelequia que solemos llamar la gente de a pie–; también sacuden y desconciertan a los teóricos, científicos y analistas de la política. Muchos de ellos sienten, acaso por primera vez en mucho tiempo, que las categorías analíticas con las que solían enfrentarse a la realidad han dejado de ser suficientes, precisas o confiables.
Frente a las poderosas evidencias de que el mundo político y sus grandes líneas de orientación ya son escasamente reconocibles, los estudiosos registran que lo existente empieza a desaparecer, pero que aquello que viene en su lugar no acaba de nacer. No está claro qué ha terminado ni qué se asoma en el horizonte, pero sí que el pensamiento crítico debe esforzarse en traducir ese desconcierto a un lenguaje comprensible y ofrecer un trazo tan complejo como completo de los procesos que vivimos.
Uno de los efectos de este cambio estructural es la necesidad urgente de precisar los términos tanto de la conversación pública como de los estudios académicos sobre la fenomenología política del presente. En ese contexto, Populism and Fascism, del profesor Carlos de la Torre (Universidad de Florida), es una contribución extraordinaria a la revisión conceptual impuesta por los nuevos procesos políticos. Publicado en 2025 por Cambridge University Press dentro de la colección Cambridge Elements, este breve libro ofrece respuestas nítidas a las preguntas más urgentes del debate actual.
La pregunta por la naturaleza del cambio político es también una pregunta por el tipo de regímenes que se perfilan y por los nombres, definiciones y conceptos que deben usarse. ¿Estamos ante populismos de nuevo cuño o frente a un retorno de la experiencia fascista? Con un lenguaje claro y al mismo tiempo riguroso, De la Torre construye un mapa conceptual útil para toda persona lectora –desde el estudiante universitario hasta el académico especializado– que busque reducir la incertidumbre y precisar significados.
Populism and Fascism no solo está escrito con notable claridad, también es un texto condensado. En apenas 68 páginas, resume las interpretaciones más relevantes sobre ambos fenómenos, traza sus perfiles históricos, propone una conceptualización propia y además ensaya una propuesta normativa que apunta a las capacidades aprendidas por las democracias para enfrentar las amenazas de sus versiones contemporáneas.
El autor parte de la identificación de dos ejes constitutivos en ambos fenómenos: por un lado, sus contextos de origen –su historicidad–; y por otro, sus estrategias y modos de acción más característicos.
En el caso del fascismo, este aparece como una amalgama de movimientos surgidos en el periodo de entreguerras del siglo XX, en respuesta a los resultados geopolíticos de la primera Guerra Mundial y al ascenso del socialismo y el comunismo tras la Revolución rusa. Fue impulsado por alianzas entre derechas radicales belicistas y elites políticas y económicas que en países como Alemania e Italia incluso los invitaron a tomar el poder. En estos, dichas elites esperaban usarlos como herramientas contra el comunismo, pero terminaron subordinadas a ellos. En los casos de Brasil y Portugal, Vargas y Salazar utilizaron alianzas fascistas para consolidarse, y luego se deshicieron de ellas y para construir modelos más corporativos. Franco, por su parte, amalgamó a la Falange con otras fuerzas conservadoras, apoyó a las potencias del Eje sin comprometerse del todo y sobrevivió gracias a su acomodo en la cruzada anticomunista de la Guerra Fría.
Aunque en algunos casos los fascismos llegaron al poder por la vía parlamentaria, pronto desmantelaron la democracia de partidos. Su discurso racista –particularmente en el caso alemán–, su nacionalismo identitario y su doctrina belicista les confirieron una especificidad histórica difícil de replicar.
El populismo, en cambio, ha seguido otra trayectoria. Para acceder al poder ha recurrido a los recursos de la democracia electoral e incluso ha hecho de la denuncia del fraude –como en el caso de López Obrador– una bandera política. No se alió inicialmente con las elites dominantes, sino con elites marginales, aunque más tarde ha sabido tejer alianzas con los sectores que al principio lo despreciaban. El populismo de izquierda, característico de América Latina, asocia la idea de pueblo con lo popular o lo plebeyo; el de derecha, como en Estados Unidos, lo define en términos culturales, étnico-raciales o religiosos. No tiene una temporalidad tan precisa como el fascismo; aunque se revitaliza a finales del siglo XX, sus orígenes pueden rastrearse al XIX, lo que explica su diversidad.
En cuanto a sus estrategias, la diferencia central está en la violencia y en su relación con la democracia. El fascismo defendió abiertamente la militarización, las doctrinas de la fuerza y los grupos paramilitares. El populismo, en cambio, aunque puede amenazar o usar lenguaje violento, se mueve con mayor comodidad en la política electoral. A diferencia del fascismo, que desmanteló la democracia, los populistas dicen defenderla –aunque sea una democracia verdadera– y buscan legitimación en las urnas, pero desmontan progresivamente las instituciones que les estorban.
Aun así, populismo y fascismo comparten elementos inquietantes: ambos se basan en una lógica política que construye un sujeto popular cuyas demandas –en buena parte creadas por las nuevas elites– solo pueden satisfacerse rompiendo el marco institucional existente. Comparten también su visión del pueblo como entidad orgánica, la figura de un liderazgo carismático y una concepción de la política basada en momentos de ruptura donde todo se decide entre amigos y enemigos. Por eso, ambos rechazan el modelo pluralista de la democracia constitucional, sustentado en el compromiso, el diálogo y el cambio incremental. Quieren dejar atrás ese modelo.
Llama la atención que De la Torre no use el concepto de regímenes iliberales, como el promovido por Viktor Orbán, para caracterizar a estas nuevas derechas. Y acaso sea mejor así: el término iliberal parece más una etiqueta provisoria –un nombre a la espera– que una categoría con contenido sustantivo. Tal vez aún no sabemos si hablamos de populismos extremos o de neofascismos.
Las nuevas derechas no se detienen a pensar como De la Torre. Pueden, como Elon Musk, pasar de un gesto populista a uno abiertamente fascista. Pueden negar ser una cosa u otra mientras promueven los núcleos más duros de ambas tradiciones. Lo que muestra este libro es que el vínculo entre el populismo contemporáneo y la nostalgia del fascismo es un producto interno del propio juego democrático y una vía eficaz para desmontarlo desde dentro –a veces con el respaldo de las derechas tradicionales o de izquierdas de barniz apenas democrático.
Fiel a su caracterización del fascismo como experiencia histórica delimitada, De la Torre prefiere vincular a los populismos extremos con el concepto acuñado por Federico Finchelstein: the wannabe fascists, fascistas aspiracionales o –si conservamos el tono irónico– simplemente wannabes. En todo caso, la amenaza que señala es clara:
“En los tiempos que corren, al margen de si los llamamos populistas extremistas de derecha, fascistas wannabe o postfascistas [como propone E. Traverso], sus líderes, movimientos y partidos siguen actuando dentro del juego democrático mientras erosionan su legitimidad” (p. 55).
En resumen, Populism and Fascism es una lectura indispensable para los tiempos que corren y para las dudas que nos corroen.
* Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.